Arturo Ambrogi


Arturo Ambrogi (San Salvador, El Salvador 1874 - id. 1936) fue un escritor y periodista salvadoreño, considerado uno de los fundadores de la literatura salvadoreña, junto con Francisco Gavidia y Alberto Masferrer y uno de los representantes del costumbrismo en Centroamérica.
Era hijo de un General italiano. A los 16 años de edad, conoció al poeta nicaragüense Rubén Darío. Trabajando como periodista, viajó en su juventud por Europa, Suramérica y el Lejano Oriente; en sus viajes por el Cono Sur conoció al escritor uruguayo José Ingenieros. Su padre creó las condiciones económicas para que él tuviera una formación elitista y que adquiriera una gran cultura cosmopolita al punto que se afirmaba de él que era el salvadoreño de su época más informado, no tuvo descendencia porque nunca se casó, pero un hermano llamado Constantino Ambrogi Acosta se radicó en Nicaragua donde procreó con Rosa Medal tres hijos: Vicente Julián, Constantino y Cristina. Siendo los hijos de éstos los descendientes más cercanos a este escritor. 
Cuentos de Arturo Ambrogi:
  • Cuentos y Fantasías (1895)
  • Máscaras, Manchas y Sensaciones (1901)





LA SIGUANABA

A Punto de salir del pueblo y embocar el camino que llevaba al rancherío del Sitio, comenzó a sopiar un viento de lluvia. Cargado de nubarrones estaba el cielo, circunstancia que hacía que la obscuridad fuese más intensa, más impenetrable. El tío Hilario regresaba a su vivienda, más tomado, esta vez, de lo que le era habitual. Iba caballero, desmadejado en su macho retinto. Para no caerse, como en esos trances le acontecía, habíase agarrado fuertemente con ambas manos a la manzana de la montura, y a ella misma había anudado las riendas, como medida de precaución. El macho se sabía, de memoria, la costumbre. Al no más sentir flojas las riendas e inseguro al jinete, no se detenía. Seguía caminando, al paso, cauteloso, procurando llevarle a pulso, evitando que su amo, al menor movimiento brusco, pudiera caerse. Además, la querencia le atraía. El macho conocía bien a su amo. No en balde habíale acompañado luengos años. Estaba acostumbrado ya a "su modo". Diríase que ambos se comprendían, completándose. Sabía el macho que, en ciertas circunstancias, el tío Hilarlo no le abandonaba..y veía y cuidaba de él. Entendía que si bien, con bastante frecuencia, la espera resultaba prolongada y fastidiosa. atado corto a la argolla de hierro clavada a un poste de madera. sembrado frente a la puerta del estanco la peche Chabela, o en el trascorral de la cervecería billar de la dama del Comandante Local, el amo no 1e olvidaba nunca. Le zafaba el freno. Le aflojaba la cincha. Y luego de picarle cogollo de caña en un cajoncito de candelas, le pagaba a un cipote para que fuese a la pila pública a traerle un balde de agua y se quedara ahí a su cuidado. Cuando la cosa era mayor, cuando asistía a algún "rezo", a alguna atolada, a algún velorio, los cuidados para con el macho eran más extremosos. El propio tío lo desensillaba, lo conducía al potrero, y lo apersogaba en el mejor sitio. Todos esos cuidados habían hecho que entre el patrón y el macho se anudase un especial afecto.
sa noche, pues, el percibirse de que el tío Hilarlo, se había quedado dormido a horcajadas en sus lomos amenguó el paso que llevara, y, con la mayor cautela, fue, entré la obscuridad cerrada de la noche que apenas aclaraban de vez en cuando los fogonazos de los relámpagos, sorteando los peligros del camino, lleno de las zanjas y los hoyancos ocasionados por las lluvia torrenciales. Por entre lo espeso de los zacatales y lo malezales tupidos, se encendían y se apagaban los chispazos efímeros de las luciérnagas. En los rancho escalonados a lo largo del camino, toda luz se había extinguido. Comenzó a escucharse, todavía débil, el rumo de la quebrada que al llegar a ese lugar se despeñaba en cascada entre el amontonamiento de unos talpetates, y formaba ancha poza bajo un chilamatal.

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